“De todas formas creo que no podría ir mucho más lejos en este camino de la manipulación electrónica de la música orgánica”,”éste será mi disco testamental”, “En la India he encontrado un misterio que entronca con nuestros orígenes musicales que tenemos que resolver”.
Estas fueron algunas de las confesiones que Hector nos hizo a Xurxo y a mi, hace unas semanas, cogidos de la mano, en su camilla de un hospital con vistas a la Tour Eiffel antes de que nos despidiese con un “Mes amis, au revoir”.
En efecto, Hector Zazou ha sido nuestro amigo desde que nos conocimos hace doce años. El Maestro de la música electronica desde su lado más romántico, multicultural y humano acaba de morir de un cáncer que lo ha devorado en pocos meses. Acababa de cumplir 60 años. Tenía la ilusión, el espíritu y la generosidad del principiante y seguramente era uno de los músicos más misteriosos de la actualidad, por su forma de ser, su modus operandi en la creación. Huía de las fotos, de los escenarios, deambulaba por el metro de París para salir de su casa en el centro y esconderse de nuevo en su cueva de creación, en el barrio mayoritariamente africano de Montreuil. Huía de su nombre (el de nacimiento lo conozco pero nunca lo desvelaré) y en ocasiones firmaba con seudónimos (uno de los que me confesó era el de André Compostel).
Durante todos estos años colaboramos el uno para el otro con mucha frecuencia. Siempre que estaba embarcado en algún proyecto interesante me llamaba desde el fin del mundo para contármelo o para invitarme a participar. Por mi parte, nunca hubiesen sido posibles algunas de mis grabaciones favoritas como la Danza da Lúa en Santiago o la Danza do Entrelazado de Allariz sin sus misteriosos procesos electrónicos y sus consejos en lo que a formas musicales y macroestructuras se refiere. Incluso la feliz idea de grabar un Prelulio de Bach con la gaita se lo debo a él. Hector ha sido también especialmente generoso con Xurxo, a quién enseñó secretos como si fuese un hijo… Recordaremos siempre esas navidades que pasamos juntos encerrados en la casa de San Adrián preparando “Os amores Libres”… la música era Todo para nosotros y nos demostraste que para ti también.
Cuando, el otro día, me despedí de él le dije: “Hector, tú no eres un ser tangible o mensurable como el resto de los humanos, tú eres una extraña energía que vive dentro de la música , eres como un espíritu que se esconde y sólo deja que presintamos su presencia… detrás del mundo de las aparencias”. Parece que ésto le gustó y le dijo a su manager y amigo Jean Michel Reusser, con su particular sentido del humor: “Apunta Jean Mi, para el epitafio”. En esos momentos de despedida también pude decirle otra cosa a Hector, que ya se la había confesado a mi mánager Fernando Conde justo el día despues de la última grabación con él en su casa este invierno pasado: Creo que aquella grabación, punteiro de la gaita en mano, con músicas de la India y Uzbequistán había sido la más increíble que he vivido últimamente. Hector era un genio, me hizo redescubrir el instrumento que llevo tocando casi 30 años, guiándome por territorios que creo especialmente inexplorados, en su afán de emanciparlo de la “música celta” lanzándonos a un posible retorno a unos orígenes perdidos en Eurasia. Esa última grabación con Hector la he sentido como un viaje iniciático. Él ya estaba de vuelta y en nuestro adiós nos dijo que se iba realizado y feliz.

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